Sobre la libertad, la rebeldía y el opio

Ilustración de Rebecca Dautremer para Kenzo

Siempre me ha fascinado el opio, la droga de otras épocas con carácter sensual y oscuro beneficio. El magnetismo del opio ha atraído a muchas personas. Desde prostitutas y pordioseros, a los intelectuales, artistas y adinerados. Todo sucumbieron de rodillas, o arrastrándose, al opio.

Mi encantamiento por el opio ha sito tal y total desde muy pequeña. Recuerdo aún cómo releía el pie de foto de una imagen en una enciclopedia en casa de mis padres. Podía verse a un niño que sostenía en su mano una flor de opio en un campo de amapolas. Era tal mi embeleso infantil con la imagen, que si creyera en la reencarnación, apostaría a que algún día fui una dama envuelta por el humo de la mágica flor china, que me llenaba de experiencias oníricas e inspiración ficticia. También es posible que fuera una niña china recolectora de vicios ajenos, pero la primera historia es mucho más elegante, y puestos a imaginar, me pido a la encorsetada.
En cualquier caso, como no creo en vidas anteriores no llego a explicarme por qué esta extraña conexión con una droga que jamás he probado, ya que ni morfina me han recetado.

Opio, hélice de guerras, fundador del narcotráfico ¡Qué bonita flor para esconder tan importante droga!

Tanto me ha atraído la flor maldita que cuando una de ellas apareció entre los cuidados geranios de mi abuela, a lo que ella le resultó una intrusa insolente, a mi me resultó una interesante casualidad.

La flor comenzaba a crecer en primavera. El tallo, largo y delicado, se iba abriendo paso hacia arriba, con firmeza. Una vez alcanzada la altura suficiente como para alzarse muy por encima del resto, se abría, con ese rojo anaranjado. Silenciosa; descarada, sin duda; extrañamente desordenada, como fuera de lugar y, por tanto, esplendorosa.

Mi abuela, sin demasiado empeño, batalló contra la flor. Cuando se deshojaba, la cortaba, y tiraba el tallo lejos, asustada de lo que contenía su interior.
A la siguiente primavera, anhelaba descubrir como volvía a brotar, y pese a que protestaba de que no le agradaba tener drogas plantadas, en su interior se alegraba al ver al tallo asomar.

La salud de mi abuela fue empeorando, y llegó un momento en el que ya no pudo hacerse cargo del jardín. A la primavera siguiente la flor no brotó. La adormidera parecía querer decir que, si ya nadie iba a observarla y darle la importancia que traía su perturbación dentro de aquel aparente orden, no merecía la pena existir.

A veces, cuando llega la primavera, miro de reojo al jardín de mi abuela, esperando ver su tallo aparecer. Pero la flor de opio no ha regresado al jardín. Y aunque los parterres luzcan bonitos, no dejan de ser insípidos y aburridos.

Hace tiempo que una de esas amapolas apareció en mi interior. Aflora en la base de mi estómago cada cierto tiempo. Viene a recordarme que, por mucho que la corte, sigue ahí, tímida y silenciosa, pero que jamás se fue, aunque no pueda verla. Y parece traer la sensación de desorden, sin embargo, ella es la única que emerge en libertad.

Lo demás, no son más que flores de jardín plantadas con semillas compradas, pre-fabricadas y distribuidas al por menor. Simples adornos.

¿Y tú... tienes una flor del opio?


 Por Verónica Mar dependienta online Bokamanga.com. ¿Te ha gustado?

1 comentario:

  1. Me encantan las amapolas!! Y por aquí está tooodo lleno! Es una gozada salir por las carreteras ^_^

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