Aunque pueda resultar contradictorio, y es que mi vida sin contradicción no sería ''ni vida ni ná'', odio que me hagan fotos. Sí, lo odio.
En las reuniones de amigos siempre llega el momento en el que alguien sugiere hacer una foto. Y es en esos momentos en los que se cumple a raja tabla el ''culo veo culo quiero'' y con tanto artilugio diabólico que llevan cámaras que tenemos todos ahora , ríete tú de el photocall de cualquier gala de éxito.
El ritual para posar en una foto es claro: Te arrejuntas a la persona o personas con las que vas a salir en la foto y sonríes. Y entonces llega la tensa espera, en la que el fotógrafo, con más o menos acierto encuadra, fija y...
Y te mantiene con una tensa sonrisa durante unos minutos (que a ti te parecen horas) porque no ha encuadrado bien, no ha preparado el flash o vete a saber qué oscuros intereses tiene en alargar tanto el apretar un simple botón. Y una, que es más de reirse a carcajadas que de sonreír, aguanta el tipo como puede... abrazada a las amigas y sintiendo como los músculos de alrededor de los labios se tensan, o lo que es peor, comienzan a temblar de la tensión, empieza a pensar que que hace una chica como ella en un lugar cómo ese. Al final dispara y.... dice aquello que tú estás deseando que no diga: espera, que os hago otra.
Dublín, 2001 |
Y qué me decís de esas fotos que te hace el enamorado, que viéndote tan guapa, se le olvida que realmente, que te haga fotos tan cerca no es favorecedor, por mucho que a él tus patas de gallo le resulten deliciosas.
Pero por encima de todo, más allá de las fotos de amigos, las fotos de enamorados, o las de padres orgullosos, las que más odio de todas, y que tienen cierta similitud con cualquier idea de tortura a la francesa son... las fotos de carné. Que no sé por qué demonios siempre me voy a hacer, por eso de ayudar a la economía local, a una tienda de fotos cercana en lugar de en un discreto fotomatón (cuyo nombre ya me parece mucho más apropiado FOTO MATÓN). Y ya me véis, peleándome con el fotógrafo que dice que estoy muy seria, y yo, que me reafirmo en mi seriedad como persona, hasta que, en contra de mi voluntad, consigue que haga una especie de mueca, que el acepta como sonrisa y dispara. Después, me muestra dos fotos, en las que jura que estoy guapísima, y en las que yo sólo compruebo que no salga con los ojos cerrados, elijo una al azar, y pago.
Con decir que en esta última sesión ni mi madre quiso quedarse con una de las miniaturas de recuerdo...
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