Blondie aparece en la puerta de la oficina por la tarde, viene y va durante un rato, me mira y salta de un lado a otro de la estancia. Juguetea con varios restos de los lazos que utilizo para personalizar vuestros albaranes. Y es entonces, sólo entonces, cuando ella considera que la jornada laboral se ha acabado, se sube a mi falda y comienza a darme cabezazos en mis brazos para que deje de teclear y utilice mis manos en algo más productivo, acariciarla.
¡Para que luego digan que las rubias somos tontas!
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