Ya expliqué hace unos días que tiempo atrás, cuando aún ni había cumplido el cuarto de siglo, intenté quemar a un pretendiente que por aquél entonces me rondaba. Por suerte,la sangre no llegó al río, o mejor dicho, el fuego al bosque...
Y aunque creáis que no es posible, aún dispongo de una anécdota mejor, y más reciente, que no sólo puso en peligro la vida de ''el posible amor de mi vida'', si no que también la mía y la de cuantos allí estábamos.
¿Os la cuento?
Conducía yo por una transitada carretera nacional de Barcelona, con un apuesto copiloto a mi lado, cuando mi coche comenzó a dar muestras de poco combustible encendiendo la luz de reserva. Paré en la primera gasolinera que encontré abierta y tras una muestra de independencia femenina, me negué a ser ayudada por el copiloto varón, que se quedó a mi lado hablando. Saqué la manguera del dispensador y automáticamente, sin llegar a introducirla en la boca del deposito del coche, comenzó a rociar de gasolina el suelo, los pantalones y los zapatos favoritos de mi copiloto.
Afortunadamente, el responsable de la gasolinera, cerró la salida incesante de gasolina y evitó que el presunto asesinato se cometiera.
A punto estuve de rematar la faena con un resbalón sobre la gasolina vertida en el suelo, lo que hubiese sido un precioso final de fiesta, ya que mi copiloto y yo teníamos un evento más o menos estresante, donde finalmente llegamos apestando a gasolina, y él con varias manchas sobre sus zapatos.
Por suerte, pude poner los ojos del gatos de Shreck, sonreír y poner la voz más aguda y dulce para que el responsable de la misma creyera que había sido un estúpido error de una estúpida rubia y poder así ahorrarme la discusión.
Si os soy sincera, no sé aún que pasó, y por qué salió la gasolina de ese modo.
Y colorín colorado, la escena ridícula y estúpida ya se ha acabado... aunque llegarán otras...
Verónica
para El blog de Verónica & Bokamanga.com
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